La última noche
A Ray Bradbury
Cada
noche Alejandro y yo esperamos la muerte. Después de acostar a las niñas nos
situamos en nuestro cuarto. Nos tomamos de las manos y esperamos. No estamos
tristes. Solo es extraño e inquietante. La primera vez que ocurrió le conté mi
sueño y él asintió diciendo que en su cabeza aparecía igual: Una imagen nítida
de una piedra gigante impactando nuestra casa. A la mañana siguiente estábamos
intactos, pero había sucedido de nuevo. Esta vez la roca ardiente aparecía en
un punto más cercano. Así que pensamos que solo estaría dando tiempo a lo
inevitable.
Últimamente
me he sentido más ligera y siento que a Alejandro le pasa igual. Amamos nuestra
vida, las niñas regordetas que han salido de mi vientre. Pero confío en que sea
un destino amoroso el que nos espera. Por supuesto que no le he dicho a nadie,
pero he sabido despedirme. He acariciado más al perro del vecino que es un
alboroto cada que nos vemos. He sabido disfrutar más el alimento y aquellos
placeres que están más allá de la mesa.
La
última noche después de acostar a las niñas, Alejandro aseguró la puerta y
llevó un vaso con agua al cuarto como cada noche. Nos tomamos de la mano y
pusimos nuestras cabezas una al lado de la otra. La noche estaba limpia y
ardiente.
Buenas noches, dijo
Buenas noches, dije.
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